Acompañamos al adolescente: un aprendizaje y una oportunidad únicos.

Acompañamos al adolescente: un aprendizaje y una oportunidad únicos.

Visión holística

5 de octubre de 2023

La pubertad y la adolescencia son una fase evolutiva natural en el crecimiento humano, con unas características propias como cualquier otra etapa, siendo un período de tránsito entre la infancia y la edad adulta.

Se trata de una etapa compleja, y uno de los motivos que la hace especialmente difícil tanto para los chicos/chicas como para los padres/madres, es la falta de una visión profunda de los procesos naturales de la vida y de los valores perennes que se desprenden de sus ciclos.

¿Qué significa un proceso natural?

Fijémonos en el momento de la concepción, nuestros progenitores nos hacen depositarios de un gran potencial energético, que podríamos comparar con una semilla, por ejemplo, una semilla de manzano. Esta semilla contiene todo el potencial del árbol, del manzano en el que podrá convertirse. A lo largo de cada ciclo, irá dando sus frutos gracias al impulso de vida inherente a la semilla, y al formar parte del ecosistema, su potencial se vuelve infinito. La semilla se irá desarrollando y dando frutos, a veces creciendo en armonía con las circunstancias naturales: la tierra, el agua, el sol, el aire… y a veces enfrentando dificultades por circunstancias adversas: falta de agua, exceso de viento…

Lo mismo ocurre con el ser humano, que contiene ese potencial energético (semilla) que irá desarrollando a lo largo de su vida la posibilidad de convertirse en un ser único y genuino. Igual que en el manzano, en el ser humano cada ciclo de la vida será un paso, una evolución y una oportunidad para desarrollar nuevos aspectos de ese potencial energético infinito.

Así como la semilla necesita ser acogida por la tierra, nuestro potencial energético necesita ser acogido al inicio por el cuerpo de la madre y, más tarde, por nuestro propio cuerpo. Es decir, la energía necesita una estructura para desarrollarse, y a lo largo de nuestra vida irán apareciendo las estructuras necesarias, que van desde las más primarias, internas e íntimas hasta las más externas y sociales.

En etapas más tempranas serán vitales los progenitores y el núcleo familiar; más adelante, la escuela, y en una etapa más avanzada, las amistades, otras entidades, el entorno profesional y otros vínculos.

La vida nos enseña que las estructuras son caducas, estamos en constante evolución para volver a nacer. Al nacer, pasamos de respirar y alimentarnos a través de la madre a hacerlo por nosotros mismos. ¡Es una gran transformación! Si nos aferráramos a esa estructura, al útero materno que nos permitió vivir, esa misma estructura, llegado un momento, nos limitaría. Por eso podemos afirmar que, para crecer y evolucionar como seres vivos, es necesario soltar las estructuras viejas y nacer a las nuevas, que nos permiten esta evolución constante.

Algunos de estos cambios vitales marcan los diferentes períodos de la vida; cada etapa es única, irrepetible y contiene un potencial que, si lo completamos, nos llevará a la siguiente etapa de crecimiento evolutivo.

La vida intrauterina, la primera infancia, la adolescencia y el climaterio son etapas de la vida en las que el ser humano experimenta transformaciones vitales. Son las etapas que hemos marcado en color gris.

En cambio, las otras etapas marcadas en color naranja son de estabilidad, asentamiento y tranquilidad.

Para aumentar la consciencia sobre lo que significa la transformación en las etapas de la vida, y en concreto la adolescencia, podemos imaginar la metamorfosis que realiza la oruga para transformarse en mariposa. Esta metamorfosis se produce en el interior del capullo, impulsada por la vida, y requiere mucha energía. Es el final de una etapa y el nacimiento de otra, nueva y con más autonomía. En ambos casos se producen transformaciones energéticas, bioquímicas y físicas, las cuales son el motor que da fuerza a las alas de las mariposas para volar, y el impulso vital a los adolescentes para ser autónomos.

Durante la etapa de la adolescencia surge la necesidad de largos períodos de sueño, la disminución de habilidades para concentrarse, emociones intensas, dudas, el impulso de salir del seno familiar para experimentar, conocer, ampliar, y la necesidad de adquirir autonomía. Estos hechos provocan que se alejen de los adultos y necesiten relacionarse con sus iguales. Un cambio profundo que genera inestabilidad, un desorden interno que se refleja en el exterior.

El motivo por el que los adolescentes se enfadan profundamente es que, en un momento vital en el que necesitan dar un paso hacia la autonomía, sienten que se les dirige o manda a obedecer.

¿Qué son los valores perennes?

Una mirada del adulto con respeto y comprensión permitirá que el adolescente encuentre en los padres, madres y educadores a las personas con quienes pueda dialogar con confianza, sin vergüenza, sin miedo a ser incomprendido y sin el temor de ser juzgado o condenado. De esta manera, el adolescente se atreverá a avanzar en ese proceso de autodescubrimiento de sus potencialidades y autonomía.

Este proceso de autonomía pasa por una combinación de vivir experiencias y asimilarlas; así es como el ser humano aprende, interactuando de manera natural, recogiendo la experiencia y asimilándola para poder integrarla. Es una combinación natural de movimiento/interacción y reposo/asimilación, entre el interior y el exterior. El adolescente debería poder salir del seno familiar para vivir nuevas experiencias y, al mismo tiempo, debería poder recogerse en el seno familiar para ir asimilándolas.

Un adolescente que viva en un entorno familiar muy alejado de estos valores puede sentirse muy desorientado. Por otro lado, si el adolescente no encuentra opciones en el entorno social que le ayuden a desarrollar ese potencial energético del que hemos hablado (la semilla que somos cada ser humano), existe un riesgo extremadamente alto de que no encuentre sentido a la vida. Si, por el contrario, el adolescente se siente acogido y aceptado, al menos en uno de estos dos ámbitos (familiar o social), podrá abrirse a reflexionar y replantearse sus actitudes, conductas y formas de pensar.

El acogimiento y la aceptación relajan el cuerpo, abren el corazón y pacifican la mente, predisponiéndola a una reflexión serena y a un replanteamiento más profundo, basado en un diálogo de adulto a adulto. Los jóvenes necesitan ir conociéndose a sí mismos y construir nuevas vías de evolución.

Acompañar proviene del latín y significa compartir tiempo y espacio con alguien. La familia y los educadores son los principales encargados de crear tiempo y espacios que faciliten el cambio y el aprendizaje para gestionar todas las incertidumbres que van despertándose en el adolescente. Un tiempo y espacio cuidado, de calidad, con actitudes y valores que aprenderán a aplicar a lo largo de la vida, cultivados y llevados a cabo ya desde la infancia.

Acompañar y ser acompañado es un enriquecimiento mutuo, una oportunidad de crecimiento personal tanto para los adultos como para los adolescentes.

Ampliar la consciencia de lo que significan los cambios de etapa vital y los valores perennes que se desprenden de los ciclos es clave para poder acompañar a los adolescentes de manera más eficiente.

Por eso, es necesario trabajar juntos, hacia una dirección desconocida pero con unos valores inalterables, propiciando a la vez espacios y tiempos de calidad.

Entendiendo todos que la adolescencia es una etapa vital, y que no es para encajarse en moldes ya existentes, sino para desplegar su potencial (su semilla), esta nueva generación llevará a cabo ese papel vital para sí mismos, siendo agentes de cambio y promotores del progreso de la sociedad.

Este artículo ha sido escrito por Glòria B. Playà y publicado en la Revista Celsona, Semanario de Información de Solsona y comarca, el viernes 22 de septiembre de 2023.

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